sábado, 31 de agosto de 2013

RAYUELA - CAPITULO 7

RAYUELA - JULIO CORTÁZAR


Capítulo 7



    Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

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LA SENCILLEZ DE TUS LABIOS ME HACE ENTENDER QUE ERES UN LIBRO NUEVO PARA LEER BESO A BESO, LETRA A LETRA, SUSPIRO POR SUSPIRO. 
@mapacaro

martes, 27 de agosto de 2013

"DESPEDIRME A BESOS" DE CHARLES BUKOWSKI

"DESPEDIRME A BESOS" 





DE CHARLES BUKOWSKI


Ella siempre estaba pensando en el asunto
y era joven y hermosa y
todos mis amigos estaban celosos:
¿qué chingados hacía un puto viejo como yo
con una jovencita como
ella?

ella siempre estaba pensando en
el asunto.

íbamos en coche y
decía: ~¿ves ese
sitio? aparca ahí~.

apenas había aparcado y
ya la tenía ahí abajo.

una vez la llevé a Arizona
y a mitad de camino
a las tantas de la madrugada
tras tomar café y donuts
en un garito abierto toda la noche
se inclinó
y empezó a chuparmela
mientras sorteaba las
oscuras curvas por las
colinas bajas
y el que siguiera conduciendo
la inspiró para alcanzar
nuevas cotas.

en otra ocasión
en Los Angeles
habíamos comprado perritos calientes, cocas
y patatas fritas y nos lo estabamos comiendo en
Griffith Park
con familias
niños jugando
y ella me abrió la bragueta
y empezó a darle.

~¿qué demonios estás haciendo?~,
le pregunté.

luego
cuando le pregunté
a qué venía
delante de todo el mundo,
me dijo que era
peligroso y emocionante
así.

una vez me
preguntó: -¿por qué sigo con un
viejo como
tú?

-¿para poder
mamarmela? -respondí.

odio esa expresión! -me
dijo.

-chupármela- le
sugerí.

-¡esa expresión también
la odio! -dijo.

-¿qué prefieres? -le
pregunté.

-me gusta pensar que ~te
despido a besos~ -me
dijo.

-vale- le dije.

* * *

era como culaquier otra
relación, había celos
por ambas partes,
había separaciones y
reconciliaciones.
también había momentos fragmentarios de
inmensa paz y belleza.

a menudo intentaba alejarme de ella y
ella intentaba alejarse de mí
pero era difícil:
Cupido, a su extraña manera, estaba presente
de verdad.

siempre que tenía que salir de la ciudad
me despedía a besos
a base de bien
un par de noches
seguidas
para asegurarse mi
fidelidad.

luego, lo único que tenía que
hacer yo era
preocuparme por
ella.

cuando no me estaba
despidiendo a besos
también encontrábamos tiempo
para hacerlo
de otras maneras bastante
extrañas.

pero todo aquel tiempo con
ella fue
mayormente estar
siendo despedido a
besos o a la
espera de que me despidiera.

nunca pensábamos en
nada más
nunca íbamos al
cine (que detesto,
de todas maneras).
nunca salíamos a
comer.
no nos interesaban
los asuntos
internacionales.
pasábamos el tiempo
aparcados en
lugares retirados o áreas
de picnic o
surcando carreteras
oscuras camino de Nuevo México,
Nevada o Utah.

o
pasábamos en su inmensa cama
de roble
orientada hacia el sur
tan buena parte del tiempo
restante
que memoricé
todos y cada uno de los pliegues de las
cortinas
y especialmente
todas las grietas en el
techo.
acostumbraba a inventar juegos con
ella con aquel techo.

-¿ves esas grietas de
ahí?

-¿dónde?

-mira donde señalo...

-vale.

-ahora, ¿ves esas grietas, ves el
dibujo? forma una imagen. ¿ves lo
que es?

-hmmm, hmmm...

-venga, ¿qué es?

-¡ya lo sé! ¡es un hombre encima de
una mujer!

-no. es un flamenco plantado junto
a un arroyo.

* * *

por fin nos libramos el uno
del otro.
es triste pero es
un procedimiento operativo estándar
(me confunde constantemente
la ausencia de durabilidad en las
relaciones humanas).

supongo que la separación fue
desdichada
incluso desagradable.
ya hace 3 o 4
años
y me pregunto si
alguna vez piensa en
mí, en qué estoy
haciendo.

naturalmente, yo ya sé lo que
está haciendo.

y lo hacía mejor
que nadie
que haya conocido.

y supongo que vale este
poema, quizás.

en caso contrario, entonces al menos una
nota al pie: que semejantes aventuras no
están exentas de alegría y diversión para ambas
partes
y mientras Saigón y los tanques enemigos se
arremolinan en viejos sueños.
mientras perros viejos y enfermizos mueren
al cruzar la carretera
mientras el puente levadizo se levanta para
franquear la salida al mar a
pescadores borrachos
no fue en vano
que
ella estuviera
pensando en el asunto
todo el
rato.

Charles Bukowski.

jueves, 15 de agosto de 2013

De mujeres de ojos grandes

De Mujeres de ojos grandes
Un cuento de Angeles Mastretta



La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo Había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: "Este hombre se cree Dios". Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
Era tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a cualquiera. Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante, una virtud de ángel y un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos que en doce días creyó conocer a cien hombres.
Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor.
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué había pasado.
Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas. Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le prestó una noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas, la intensidad de la frente y las entrañas.
Se quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le sucedió a su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con abrigo y calcetines, tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del invierno. La sacaban al aire como a un canario. Cerca le ponían fruta y galletas para que picoteara, pero su madre se llevaba las cosas intactas mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo el mundo hacía por distraerla.
Al principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y venir a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida. Trataron todo. Su madre se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir de todos los tablados sevillanos sin obtener de ella más que una lágrima la noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana siguiente le puso un telegrama a su marido diciendo: "Empieza a mejorar, ha llorado un segundo". Se había vuelto un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se dejaba caer en la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo algodón. Por fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle a su madre: "Te lo ruego, vámonos a casa".
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no pudo siquiera abrir los ojos.
-¡Está muerta! - oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
Alguien le sugirió a su madre que ese comportamiento era un chantaje, un modo de vengarse en los otros, una pose de niña consentida que si de repente perdiera la tranquilidad de la casa y la comida segura, se las arreglaría para mejorar de un día para el otro. Su madre hizo el esfuerzo de abandonarla en el quicio de la puerta de la Catedral.
La dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente, hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la recogieron de la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital entre lágrimas de toda la familia.
Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma y del estómago de aquella náufraga. Era una creatura alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les provocaba cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría de nada y sin embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza que ya habían perdido.
Las pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la puerta oía a la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma obstinación con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba tregua. Un día y otro, una semana y otra.
-¿Cómo dices que eran sus manos? - preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba, Elidé volvía por otro lado.
-¿Tenía los ojos verdes? ¿Cafés? ¿Grandes?
-Chicos - le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
-¿Chicos y turbios?- preguntó la tía Elidé.
- Chicos y fieros - contestó la tía Daniela y volvió a callarse otro mes.
- Seguro que era Leo. Así son los de Leo - decía su amiga sacando un libro de horóscopos para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo. - De remate, son mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son fuertes las mujeres de Tauro.
- Mentiras sí que dijo - le contestó Daniela una tarde.
-¿Cuáles? No se te vayan a olvidar. Porque el mundo no es tan grande como para que no demos con él, y entonces le vas a recordar sus palabras. Una por una, las que oíste y las que te hizo decir.
-No quiero humillarme.
-El humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y largarse.
-Me iluminaron -defendió la tía Daniela.
- Se te nota iluminada - decía su amiga cuando llegaban a puntos así.
Al tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio cuenta cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con fruta, queso, pan, mantequilla y té. Extendió un mantel sobre el pasto, sacó las cosas y siguió hablando mientras empezaba a comer sin ofrecerle.
- Le gustaban las uvas - dijo la enferma.
- Entiendo que lo extrañes.
Sí - dijo la enferma acercándose un racimo de uvas -. Besaba regio. Y tenía suave la piel de los hombros y la cintura.
-¿Cómo tenía? Ya sabes - dijo la amiga como si supiera siempre lo que la torturaba.
- No te lo voy a decir - contestó riéndose por primera vez en meses. Luego comió queso y té, pan y mantequilla.
- ¿Rico? - le preguntó Elidé.
- Sí - le contestó la enferma empezando a ser ella.
Una noche bajaron a cenar. La tía Daniela con un vestido nuevo y el pelo brillante y limpio, libre por fin de la trenza polvorosa que no se había peinado en mucho tiempo.
Veinte días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para abajo hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía Daniela forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de repetirlo muchas veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra las ciento veinte mil tonterías que la había hecho feliz y desgraciada.
- Ya no quiero ni vengarme - le dijo una mañana a Elidé -. Estoy aburridísima del tema.
- ¿Cómo? No te pongas inteligente - dijo Elidé-. Éste ha sido todo el tiempo un asunto de razón menguada. ¿Lo vas convertir en algo lúcido? No lo eches a perder. Nos falta lo mejor. Nos falta buscar al hombre en Europa y África, en Sudamérica y la India, nos falta
encontrarlo y hacer un escándalo que justifique nuestros viajes. Nos falta conocer la galería Pitti, ver Florencia, enamorarnos en Venecia, echar una moneda en la fuente de Trevi. ¿Nos vamos a perseguir a ese hombre que te enamoró como a una imbécil y luego se fue?
Habían planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza ya no fuera trascendente en la cura de su amiga tenía devastada a Elidé. Iban a perderse la India y Marruecos, Bolivia y el Congo, Viena y sobre todo Italia. Nunca pensó que podría convertirla en un ser racional después de haberla visto paralizada y casi loca hacía cuatro meses.
- Tenemos que ir a buscarlo. No te vuelvas inteligente antes de tiempo - le decía.
- Llegó ayer - le contestó la tía Daniela un mediodía.
- ¿Cómo sabes?
- Lo vi. Tocó en el balcón como antes.
- ¿Y qué sentiste?
- Nada.
-¿Y qué te dijo?
- Todo.
- ¿Y qué le contestaste?
- Cerré.
-¿Y ahora? - preguntó la terapista.
- Ahora sí nos vamos a Italia: los ausentes siempre se equivocan.
Y se fueron a Italia por la voz del Dante: "Piovverà dentro a l'alta fantasía."

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Cuando un hombre que está vivo te hace llorar, hay que dejarlo. Sólo se llora por los amantes muertos.
Clara Obligado

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